sábado, 31 de diciembre de 2011

2012




De un tiempo a esta parte, se ha estado hablando bastante del hecho de que el calendario maya, cuya existencia nos era totalmente indiferente a la mayoría de los mortales hasta hace aproximadamente un año, deja de contar en el 2012. Alguna gente (que sospecho pertenecía a ese amplio grupo que jamás se había planteado cómo contaban los mayas sus días y meses y años), asumió que los mayas estaban muy en el ajo y sabían que el mundo se acabará exactamente el 21 de diciembre del año 2012, el que empieza en unas horas. En vez de pensar, qué sé yo, que se cansaron de tanto tallar glifos y decidieron que ya si eso lo continuarían en caso de que se siguiera usando el mismo sistema organizativo del tiempo en el siglo XXI y que por ahora podían tomarse la tarde libre y sacrificar un par de vírgenes o lo que sea que hicieran los mayas para relajarse.

Todo esto me ha hecho pensar últimamente en el Fin del Mundo un poco más que de costumbre. Pienso bastante en el Fin del Mundo porque soy una optimista y una romántica, y, a pesar de todos los indicios en contra, cada vez que sale una profecía nueva diciendo que el mundo se acaba el martes que viene, me hago ilusiones. Porque el caso es que me gustaría mucho estar presente. Y si lo pensárais, a vosotros también. 

Lo que jode de morirse son las cosas que no vas a poder hacer, sobre todo si te pilla en mal momento, lo cual ocurre prácticamente siempre que mueres sin a) estar muy muy enfermo y sin esperanza de curación o b) suicidarte.



En cambio, si te mueres aprovechando el Fin del Mundo, pues tan felices. Si es que aunque sobrevivieras no ibas a tener a nada que hacer...

También tengo curiosidad por ver qué es lo que finalmente termina con el planeta. Aunque llegados a este punto, debo reconocer que casi mejor que me quede con la duda, porque después de H.G. Wells y Lovecraft y la Biblia y Hollywood, presiento que el Apocalipsis me iba a decepcionar. Y, francamente, para que ni lluevan ranas ni peces ni sangre ni hiervan los mares ni tiemblen los muros de Jericó ni las estrellas se alineen y los oscuros dioses olvidados retornen a devorar a todo bicho viviente, mejor me quedo en casa.

En fin. Os deseo un feliz 2012 y un Apocalipsis que esté a la altura de vuestras expectativas, sean cuales sean. Excepto si incluyen el romper de huesos y rechinar de dientes de los injustos. Por si acaso.


(Este artículo de Luis Alfonso Gámez nos ilustra sobre algunas cosas que se han dicho que iban a pasar y no pasaron, sobre otras que se piensa que pasarán pero probablemente no y otras cuantas que sí que pasarán, pero dentro de mucho, cuando seguramente no quede nada que podamos reconocer como humano en la Tierra (esto último lo digo yo, no él, así que ni caso). Seguro que os interesa.)


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